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Hemos escrito un cuento colectivo a través de objetos que hemos sacado de nuestra caja de los tesoros.A ver si os gusta nuestra historia, nos encantaria que disfrutarais con ella.Aqui la teneis:
¿ADIVINAIS A QUE SABIA?
Había una vez un niño que se llamaba Osofronio y que estaba en un parque. Se encontró una mariquita y la intentó pisar pero la mariquita le agarró el pie, le recargó de energía y Osofronio empezó a temblar.
Del tembleque se le cayó el reloj y la mariquita se fue al campo. Un campo muy extraño que estaba plagado de piedras preciosas de diferentes colores. A la mariquita le atrajeron tanto que no pudo evitar comerse una de color rojo. ¿Adivináis a qué sabía?
Mientras tanto, a Osofronio se le había pasado el tembleque y buscaba a la mariquita y el reloj que se le había caído y de repente apareció su madre, histérica, sudando, abanicándose y gritando:
_¡Osofronio, a cenar que ya están las salchichas!
Como la mamá estaba tan histérica, se le cayó el anillo de su boda y se le partió en dos. Rápidamente, un gusano asomó la cabeza y robó el anillo. La madre persiguió al gusano pero tropezó con una piedra de oro. ¿Adivináis a qué sabía? Aunque era de oro, su color no era amarillo, sino blanco, del color de las pinzas de la ropa.
Osofronio fue a ayudar a su madre y cogió la piedra, mientras dos ligeras plumas caían sobre sus cabezas. A Osofronio no le pasó nada pero la madre cayó inconsciente, ya que la pluma se había convertido en una piedra en el momento en el que hacía ¡plof! en su cabeza. ¿Adivináis a qué sabía?
De repente apareció el jefe de los enanitos, que detuvo al gusano por ladrón y le devolvió el anillo a Osofronio. Después le dio un brebaje mágico a su mami y tan mágico era que se despertó. En señal de agradecimiento, madre e hijo, le regalaron al enanito la piedra de oro. Después se fueron a casa y olvidaron el camino, su casa no estaba, en su lugar había una casa hecha de tornillos. Esta vez fue la mariquita la que les ayudó al grito de:
_¡Abracadabra, abratornillo,
que esta casa desaparezca
y aparezca la verdadera casa sin tornillos!
Y así fue como Osofronio y su madre corrieron una aventura y llegaron a casa sanos y salvos, a tiempo para comerse las salchichas, que estaban aun calientes: ¿adivináis a qué sabían?